Sangre que canta
Sangre que canta sin fronteras...
(En el 62º aniversario de la despedida de las Brigadas
Internacionales)
Conferencia pronunciada en Barcelona, el 28 de octubre de 2000
por
Juan María Gómez Ortiz
Miembro de la A.D.A.B.I.C. (Associació dAmics
de les Brigades Internacionals a Catalunya)
Orígenes y formación
Con las primeras noticias del alzamiento militar, el órgano
de Mundo Obrero correspondiente al 18 de julio de 1936
publicaba un llamamiento a todos los trabajadores y antifascistas
a defender la República. Dolores Ibárruri «Pasionaria»
hablaba ese mismo día por la radio dirigiéndose a los pueblos
de «Catalunya, Euzkadi, Galicia y a todos los españoles a
levantarse en defensa de las libertades y las conquistas democráticas».
Estos llamamientos iban a cruzar muy pronto las fronteras de España
para llegar a los más remotos confines de la tierra y recibieron
una respuesta que por su cantidad y calidad había de convertirse
en la mayor epopeya de solidaridad internacionalista que nunca
haya conocido la Humanidad.
Entre 35.000 y 45.000 hombres de 53 países del globo
respondieron a la llamada, y la tercera parte de ellos habían de
dejar la tierra de España como mortaja. ¿Porqué esta respuesta
tan masiva y generosa? En primer lugar porque la República española
había despertado desde sus orígenes el 14 de abril de 1931 una
fuerte simpatía entre los trabajadores, demócratas y
antifascistas del mundo entero. La Reforma Agraria, el voto
otorgado a la mujer, el freno impuesto a caciques y reaccionarios,
el impulso a la educación, las leyes de ayuda a los parados,
todo ello llevado a cabo en medio de una crisis económica
mundial de gran intensidad la que más tarde fue llamada
Depresión de los años 30- estaban en el haber progresista y
humanitario del régimen republicano. La victoria del Frente
Popular en las elecciones de 16 de febrero de 1936, que supuso la
amnistía política para miles de presos que se hallaban en la cárcel
desde el otoño de 1934, a raíz de la Revolución de Asturias,
también se recibió con entusiasmo en una Europa que, desde la década
de los años veinte no dejaba de contemplar los progresos de los
fascismos y las dictaduras.
Desde la llegada al poder de los nazis en Alemania, a finales
de enero de 1933, el mundo había presenciado docenas de
crecientes abusos. El incendio del Reichstag, la detención de
diputados y sindicalistas, el establecimiento de campos de
internamiento como el de Dachau, a las afueras de Munich, la
promulgación de las leyes racistas de Nüremberg y la persecución
sistemática contra los judíos, la altanería creciente en el
campo de la política internacional eran vistas con preocupación
y alarma por el abanico de las fuerzas democráticas. Los
japoneses en Manchuria, los italianos en Etiopía y ahora los
nazis rearmándose y estableciendo un estado racista y policía.
¿Y qué hacían las democracias mientras tanto? Practicaban lo
que se llamó política de apaciguamiento, que las amplias
masas de trabajadores y demócratas percibían como concesiones
timoratas a los dictadores.
Por ello, cuando en España se abrió lo que cada vez parecía
más claro que era un frente de lucha abierta contra el fascismo
mundial pues pronto fue evidente que Franco era un peón,
no sólo de la oligarquía española sino del Eje Berlín-Roma,
que le facilitó desde el primer momento medios materiales y
hombres- los antifascistas del mundo entero comprendieron que se
les brindaba la ocasión de parar los pies a los que querían
asesinar la libertad en Europa y el mundo.
En verano de 1936 París se había convertido en el principal
refugio para los exiliados políticos de la Europa Central y
Oriental. Demócratas, anarquistas, socialistas, comunistas,
sindicalistas, judíos, muchos habían llegado a la capital
francesa huyendo de la barbarie nazi-fascista. Algunos de estos
hombres se habían desplazado a Barcelona para participar en la Olimpiada
Popular que, bajo la presidencia honoraria del Presidente de
la Generalitat, don Lluís Companys i Jover, habían de
celebrarse en Barcelona a manera de contrapunto a la Olimpiada de
Berlín, a punto de iniciarse entonces, y que había sido
planteada por los jerarcas nazis como una plataforma publicitaria
para su régimen.
En Barcelona todo estaba preparado para acoger a los atletas
antifascistas. El domingo 19 tenía que inaugurarse la olimpiada
con una serie de actos, deportivos y culturales. Muchos de estos
hombres y mujeres, en lugar de competir en el estadio, habían de
verse envueltos en la vorágine de la lucha, como los italianos Fernando
Rosa (socialista, muerto en el frente de Guadarrama en
septiembre) o Nino Nanetti, comunista, que se incorporaron
a la columna «Octubre». El mismo domingo 19 de julio cayó
muerto el atleta popular austriaco Mechter, quien fue el
primer internacional muerto en España. Entre los primeros
voluntarios antifascistas figuraron los judíos. La República
española había abierto sus puertas para acoger a los judíos y
en 1935 ya acogía a dos mil de ellos. En Barcelona se organizó
el «Grupo Thälmann», integrado por refugiados judíos
entre los que se contaban varias mujeres y dirigido por Max
Friedemann, que fue de los primeros en incorporarse a la
lucha y que había de ser el embrión de la Columna Thälmann,
que en agosto ya estaba luchando en el sector de Tardienta. Ernst
Thälmann era el secretario del partido Comunista alemán,
encerrado desde marzo de 1933 en la prisión de la Alexanderplatz
de Berlín y que sería inmolado el 18 de agosto de 1944 en el
campo de Buchenwald.
Escapado del campo de concentración de Dachau tras una
portentosa y valiente aventura personal había llegado a España Hans
Beimler, ex-diputado comunista al Reichstag, quien se puso de
inmediato al mando del comisariado político de los combatientes
alemanes, hasta que una bala en el corazón le abatió en el
frente de Madrid, sector de la carretera de La Coruña, el
primero de diciembre.
Desde los primeros días de la lucha se inició un flujo
constante a través de la frontera pirenaica de elementos
franceses, belgas y de otras nacionalidades, como los británicos.
La británica Felicia Browne (muerta en el frente de Aragón
el 25 de agosto) y el joven y brillante estudiante y poeta John
Cornford, muerto en diciembre el día de su 21 aniversario.
Pronto los británicos adquirieron fama de hacer de sus cuerpos
las primeras barricadas para detener el avance fascista. El
maduro Arnold Jeans, el ferroviario Martín Messer, el
organizador comunista James Kermode, el joven escocés Jimmy
Hyndman, por no citar más que a unos pocos de los primeros
caídos. Los británicos adquirieron también la fama de ser
excelentes ametralladores, de modo que la Centuria Tom Mann
que se organizó en el cuartel de Pedralbes iba a surtir de
ametralladores a los primeros batallones de internacionales.
Las primeras Brigadas Internacionales
En agosto, en la defensa de Irún, entró también en combate
el batallón Commune de Paris, compuesto de franceses,
belgas y algunos ingleses. Lo comandaba Jules Dumont y el
comisario político era Pierre Rebière, que años más
tarde se convertiría en uno de los héroes de la resistencia
francesa. Para entonces la afluencia de voluntarios seguía
creciendo y ya era una evidencia que aquel caudal de solidaridad
debía ser canalizado y organizado. Si durante las primeras
semanas muchos dirigentes de la Internacional Comunista y
Socialista habían confiado en que la República podría aplastar
a los sublevados en poco tiempo y con sus propios medios, pronto
se vio que la ayuda aérea masiva nazi-fascista a los rebeldes
haría su derrota más problemática. Esta ayuda había hecho
posible su rápido avance desde Andalucía hasta Extremadura y
hacia Madrid. Diferentes organizaciones, entre las cuales el Comité
dAide au peuple espagnol dirigido por un filósofo e
historiador refugiado en París, el judío húngaro Victor
Basch (inmolado más tarde junto con su esposa por la Gestapo,
en 1944) y la misma Komintern comenzaron los preparativos
para lo que ya se prefiguraba como un gran movimiento mundial de
solidaridad internacionalista para, usando una gráfica expresión
muy de aquella época, «convertir el esfuerzo en acero».
La actuación en Madrid de destacados miembros del comunismo
español, como Pasionaria e internacional, como André
Marty o Palmiro Togliatti, se complementó con la
paralela actuación en París de otros líderes, como Luigi
Longo, quien años más tarde (en 1964, a la muerte de Togliatti)
sería secretario general del partido Comunista Italiano y que
entonces se hacía llamar «Gallo», el polaco Karol
Swierczevski (el futuro general Walter), el alemán Gustav
Regler y el checo Klement Gottwald (más tarde
presidente de su país en la posguerra mundial). El número 8 de
la calle Mathurin-Moreau de París, sede de la Maison des
Syndicats, nunca había conocido un fragor organizativo
semejante. Se trataba de crear un proyecto completo de formación
de una Brigada Internacional, dotada incluso con su propio equipo
de campaña e incluso con armamento. Al organizador comunista
alemán Willy Münzberg, le correspondieron los
abastecimientos y pronto comenzaron a llegar camiones de armas, víveres
y ropa de campaña. La dirección técnica la llevaba otro
comunista italiano Giulio Cerreti, conocido como «Allard»,
quien con toda celeridad estableció oficinas y centros en el Sur
de Francia, Perpignan y Marsella, en vista a un rápido acceso a
territorio republicano por tierra o por mar.
Mientras tanto, en España, desde el 4 de septiembre el
socialista Francisco Largo Caballero era presidente de un
gobierno en el que incluyó a la C.N.T., pero cuya sistemática
desconfianza hacia los comunistas le hacía poco predispuesto a
aceptar la idea de creación de un contingente internacional, en
el que él suponía estaría involucrata la Komintern.
Pero, en cambio, los mandos militares de la República, lo veían
muy diferente. Al principio afirmaban tener sólo necesidad de técnicos
cualificados, quizás por la carencia de armamento con que dotar
a los voluntarios. Pero cuando los organizadores de la Brigada
afirmaron poder disponer también de determinada capacidad de
autoabastecimiento a través de las redes internacionales
clandestinas de tráfico de armas y sobretodo cuando empezaron a
llegar con el Zirianin a finales de septiembre- los
envíos de armas soviéticos, los mandos militares españoles no
podían sino acoger con una sincera bienvenida la ayuda que
llegaba tan oportunamente. Los combatientes extranjeros que ya
habían recibido su bautismo de sangre en España se habían
labrado una rápida reputación de valentía a toda prueba.
Mientras en todas las oficinas del Partido Comunista francés
y de diferentes uniones sindicales galas se iniciaba una sistemática
recluta, Luigi «Gallo» gestionaba en Cataluña el
establecimiento de un centro de acogida en el lado español de la
frontera. Con la ayuda del PSUC se consiguió la adjudicación de
la antigua fortaleza militar de San Fernando en Figueras. En
Madrid Longo se movía para conseguir la adjudicación de
un centro de instrucción para la Brigada en España. Los
aspectos legales que para el Estado Republicano pudiera plantear
la admisión de aquellos extranjeros, curiosamente iban a ser
solucionados con una ley de la Monarquía. En efecto, cuando un año
después, estando Indalecio Prieto en el Ministerio de la
Guerra en Valencia, fue publicado el Decreto estableciendo la
situación de las Brigadas Internacionales en el seno del Ejército
Popular español, en su artículo primero se decía: "Para
sustituir al Tercio de Extranjeros, formado por Decreto del 31 de
agosto de 1920, se constituyen las Brigadas Internacionales como
unidades del Ejército español». Diego Martínez
Barrio, presidente de las Cortes, adjudicaba unas
instalaciones en Albacete como centro de recepción de
voluntarios internacionales. Uno de los edificios para hacer de
base era el antiguo cuartel de la Guardia Civil de la capital
manchega, en cuyas paredes se veían aún señales de la lucha en
los primeros días de la sublevación.
Nada más llegar a Albacete André Marty había
organizado un comité para encargarse de los voluntarios que iban
a llegar. Junto a Longo y Togliatti (conocido como «Alfredo»)
el Comité, que llegaría a ser el Comisariado Político de las
Brigadas Internacionales, se componía de Mario Nicoletti,
Nenni y Francesco Scotti, antiguo secretario del Partido
Comunista en Milán.
El día 13 de octubre llegaron a la base los primeros
voluntarios procedentes de Alicante, adonde habían llegado el día
anterior en barco desde Marsella. El 22 de octubre se formaron
los tres primeros batallones: El ya citado Commune de
Paris (franceses y belgas), el batallón Edgar André (mandado
por Hans Kahle, que tomó el nombre de un
resistente antinazi decapitado en Alemania) y el italiano formado
por los remanentes de las antiguas columnas Gastone Sozzi
i Giustizia e Libertà. Esta unidad pasó a ser mandada
por Randolfo Pacciardi, un republicano liberal que nada
tenía que ver con los comunistas (en los años 50 fue varias
veces ministro de defensa en diversos gobiernos del centro-derecha),
y pasó a llamarse Batallón Garibaldi. Sin embargo los
voluntarios seguían llegando a centenares, con lo que se organizó
un cuarto batallón, el Dombrowski, al mando del polaco Tadeusz
Oppman. Mayoritariamente eran polacos, pero los había también
checos, yugoslavos, ucranianos y búlgaros. Como sucedía en
todos los batallones, el porcentaje de judíos era notable.
Todos estos efectivos se organizaron en la 11 Brigada Mixta,
también llamada 11 Brigada Móvil, Primera Brigada
Internacional u XI Brigada (Internacional), al mando
del general Emil Kléber ( Manfred Zalmanovich Stern)
comunista de Bukovina con experiencia en misiones para la
Komintern en China y otros lugares. Comisario político fue
nombrado Nicoletti, que en España hacía llamarse
Giuseppe
di Vittorio.
El día 29 se cursó en francés la lengua de las
Brigadas Internacionales- la orden de que los cuatro millares de
brigadistas de Albacete se redistribuyeran por los pueblos de la
provincia de Albacete para facilitar las tareas de instrucción.
El Edgar André fue enviado a Mahora; el Commune a
La Roda; el Garibaldi a Madrigueras y el Dombrowski
a Tarazona de La Mancha. Hoy día hay en estos pueblos un fuerte
movimiento por la recuperación de aquella memoria histórica en
la convicción de que es un gran patrimonio cultural.
El día 4 de noviembre la XI Brigada se estaba preparando para
su partida de Albacete a fin de ayudar a contener el avance
rebelde sobre Madrid. En el último momento el Batallón
Garibaldi fue apartado de la XI para formar el núcleo de una
segunda Brigada Internacional. El 5 de noviembre la XI
salió de Albacete con 1900 efectivos y llegó a Vallecas. El 6
de noviembre el comisariado político de Albacete recibió la
orden de despachar una segunda Brigada al frente de Madrid, al día
siguiente como más tarde. El día 7 fue enviada a Madrid una
segunda fuerza, la que sería la XII Brigada, de aproximadamente
1600 hombres, en la cual se hallaban los Batallones Garibaldi,
el Thälmann, al mando de Ludwig Renn, con el
ya citado Hans Beimler como comisario político, y el
Franco-Belga, llamado André Marty, todos bajo el mando
del general Lukacz (llamado en realidad Matei Zalka
y muerto en combate en verano de 1937, al impactar un obús
directamente contra el automóvil en que inspeccionaba el frente).
El comisario político de la Brigada era Luigi Longo.
Bautismo de sangre en Madrid
El bautismo de sangre de los Internacionales fue en la defensa
de Madrid, al mando del general Miaja, responsable de la
Junta de defensa de la capital. Las tropas del general rebelde Varela
atacaban a través de la Casa de Campo y el puente de Toledo. El
día 8 de noviembre por la mañana, en la Gran Vía, la gente
respiraba con alivio y sentía erizarse su piel con emoción y
orgullo al paso de aquellos soldados variopintos, pero decididos
y marciales. Al final de la Gran Vía los internacionales tomaron
posiciones. El Batallón Edgar André en la Ciudad
Universitaria. El Comuna de París en la Casa de Campo, y
el Dombrowski en el Manzanares. Kléber estableció su
cuartel general en la Facultad de Filosofía y Letras, en la
Ciudad Universitaria. La XII Brigada fue enviada hacia el Sur de
la Ciudad, hacia el Cerro de los Ángeles y más tarde entre el
hipódromo y la Puerta de Hierro. El Batallón Thälmann
en los jardines a lo largo del palacete de La Moncloa. En la
Ciudad Universitaria, que había sido construida a lo largo de la
década anterior bajo los auspicios del fisiólogo canario don Juan
Negrín López, los rebeldes tenían la Escuela de
Arquitectura, el Hospital Clínico, la Escuela de Agricultura y
la Casa de Velázquez. Los leales disponían de las Facultades de
Ciencias, Filosofía y Letras y Medicina. La batalla se prolongó
durante 2 meses casi sin un solo momento de sosiego. El primer
mes la XI Brigada sufrió 900 muertos y muchos más heridos. La
XII, en tres semanas, sufrió 700 muertos.
El 3 de diciembre comenzó una reorganización en la que
primaron los factores lingüísticos. El Thälmann, de
habla alemana, fue transferido a la XI y el Dombrowski pasó
a la XII. A mediados de enero la XI fue sacada de primera línea
del frente y enviada a descansar a Murcia. Desde que entrase en
combate el 8 de noviembre la XI había perdido aproximadamente
1230 de sus efectivos originales y ahora contaba (según una
estimación) un total de 600 sobrevivientes de los tres
batallones.
La Brigada XIII fue terminada de crear el 11 de noviembre,
originariamente con voluntarios eslavos y franceses, aunque
estaban representadas muchas nacionalidades. La mandaba el
comunista alemán Wilhelm Zaisser («general Gómez»),
quien había recibido formación en la Academia Militar Frunze,
de la URSS. La componían los batallones 8º, de las 21 Naciones
o Tschapáiev (nombre de un guerrillero soviético de la
guerra civil), el Henry Vuillemin y el Louise Michel .
En la primera compañía del Tschapáiev había alemanes, suizos,
checos y judíos de Palestina.
La XIV Brigada se organizó poco antes de Navidad de 1936, al
mando de Karl Swierzewski (general Walter) quien al igual
que Zaisser había estudiado en la Frunze. con cuatro
batallones de alrededor de 750 hombres cada uno: el 9º o Nueve
naciones (italianos, yugoslavos, alemanes y polacos), el 10º o Marsellesa
(franceses), el 12º de franceses, ingleses, irlandeses y
argentinos y el 13º de franceses.
La XV Brigada fue formada en Albacete el 9 de febrero de 1937.
La formaban los batallones 8 de febrero, Dimitrov y
Británico. Poco después llegaron los norteamericanos, el
último contingente en aparecer, pero no por el ello el menor,
con su aportación de cerca de 3000 hombres, un tercio de los
cuales dejarían la tierra de España como mortaja. Se agruparon
en el Batallón Abraham Lincoln y estuvo en ciernes la
creación de un Batallón Washington. Cuando llegaron los
canadienses se les integró en el Batallón Mackenzie-Papineau.
Con los americanos del Lincoln también fue integrado el
numeroso contingente de cubanos que habían llegado a España,
aunque ya había cubanos luchando desde la batalla de Madrid,
entre los que cabe citar al poeta Pablo de la Torriente Brau,
muerto en Majadahonda (frente de Madrid) en noviembre de 1936. El
primer contingente de norteamericanos en llegar a España estaba
constituido por 96 hombres que abandonaron Nueva York en el SS
Normandie, y llegaron a España el día de Año Nuevo. Para
entonces la frontera franco-española se había cerrado,
siguiendo los acuerdos del Comité de No-Intervención,
con lo que los hombres tenían que pasar a España con la ayuda
de guías tras una agotadora travesía por el Pirineo desde
Perpignan, hasta llegar a Figueras. Allí recibían unos días de
instrucción, hasta que quedaba preparado el convoy que, tras
varias jornadas de viaje en tren, les llevaría a Albacete y
desde allí a Tarazona de la Mancha y Madrigueras, o a Villanueva
de la Jara, en la provincia de Cuenca.
No tendríamos tiempo hoy de enumerar, ni siquiera de manera
sucinta, las acciones de combate en las que participaron las Brigadas
Internacionales. Bastará con decir que estuvieron en todos
los teatros de operaciones de la guerra, y que siempre se las usó
como fuerzas de choque, tanto para el ataque, como el
contraataque o la defensa. Citaremos algunos de los principales
operaciones y batallas donde se fraguó su historia y su leyenda:
En la defensa de Madrid, en Mirabueno (Sigüenza), Teruel y
Lopera, todas ellas en 1936. En Motril, Pitres y el Jarama (Febrero
de 1937), Guadalajara, en marzo; Pozoblanco y Pingarrón, en
abril; Garabitas y Utande, en mayo. En la operación de Balsaín
(Segovia), también en mayo. En Huesca, en junio. En julio de
1937 tuvo lugar la batalla de Brunete, participando en ella 4 de
las 5 brigadas. En verano de ese año la batalla por Zaragoza:
Quinto, Villamayor de Gállego, Belchite, Mediana, Grañén; y en
otoño, Fuentes de Ebro, Cuesta de la Reina. En la batalla de
Teruel, ya en enero de 1938. En Segura de los Baños y Zalamea.
En lo que han dado en llamarse las retiradas, pero que en
realidad fueron numerosas batallas para tratar de atajar la
masiva intervención germano-italiana que acabó cortando en dos
la España Republicana. Belchite de nuevo, Híjar, Caspe, Maella,
Batea, Gandesa, Lleida, Mora dEbre. Y finalmente la batalla
del Ebro, desde el dia de Santiago de 1938: Amposta, Ascó-Flix,
Corbera de Terra Alta, Gandesa, Serra de Pàndols, Serra de
Cavalls y el Vértice Puig Gaeta, en que participaron las 5
Brigadas. El general Juan Modesto, jefe del Ejército del
Ebro condecoró por entonces a cada una de la cinco Brigadas
Internacionales con la medalla del Valor. Los Lincoln,
Garibaldi, Rakosi, Zwölfte Februar y Vaillant-Couturier
escribieron páginas de heroísmo defendiendo y reconquistando
cotas, la más célebre de las cuales fue la llamada cota de la
muerte. Una batalla tan dura que su recuerdo hacía emocionar al
comandante Antonio, de las Fuerzas Aéreas de la República,
quien, el pasado 14 de este mes, en Corbera de Terra Alta, y a raíz
de la inauguración del monumento en honor a los muertos de las Brigadas
Internacionales en la batalla del Ebro, afirmaba que desde el
cielo no se veían las Sierras de Pàndols ni de Cavalls, sólo
el polvo levantado por las explosiones. Y debajo de aquel polvo
estaba la infantería de la República, aguantando metralla de
roca. El 23 de septiembre fue el último día en que los
interbrigadistas combatieron. El comandante Sagnier y el
comisario Rol Tanguy, de la XIV Brigada llevaron a
cabo el último contraataque de los internacionales, que al
acabar ese día fueron relevados, por aquellas «razones políticas
y razones de estado» que invocaría Dolores en su
discurso de despedida un mes después. Y que no eran otras que
las que esgrimió el Presidente del Consejo doctor Juan Negrín,
en su discurso ante la asamblea general de la Sociedad de
Naciones: «El gobierno español (está) dispuesto a eliminar
cualquier pretexto para que pueda seguirse dudando del carácter
nacional de la causa por la que combaten los ejércitos de la República».
Para entonces las Brigadas sólo constituían una minoría
diseminada en el Ejército popular, que en la batalla del Ebro
representaron apenas un cinco por ciento de los efectivos
involucrados. Éste es uno de los temas cuyas cifras se han
prestado a la polémica. No solo por el viejo «efecto Polibio»,
por el que se tiende a exagerar el número de fuerzas contrarias
a fin de resaltar el mérito de las propias, y que ha hecho caer
en la descalificación las exageradas cifras proporcionadas por
los historiadores franquistas. Si no porqué debido a la propia
naturaleza de las Brigadas no olvidemos que a partir del 16
de enero de 1937 el Comité de No Intervención con sede en
Londres declaró ilegal el reclutamiento, envío y tránsito de
voluntarios- fue sumamente importante en su día mantener en el
secreto muchos aspectos relacionados con la llegada a España y
la entrada en combate de los internacionales.
En París, Perpignan y Marsella se movían los agentes de la
inteligencia naval nazi-fascista, cuyas informaciones sobre
desplazamientos de tropas y armamento establecían los objetivos
para los submarinos de Eje. Podríamos citar a título de ejemplo
el hundimiento en la primavera de 1937 del Ciudad de Barcelona,
en el que murieron muchos de sus pasajeros, la mayor parte de los
cuales eran muchachos que venían a incorporarse a las Brigadas.
Por otra parte están también aquellos que pretenden recortar
las cifras porque defienden hipótesis tendenciosas, como la de
que los internacionales eran una creación de la Komintern,
o que existían cupos obligados en los diferentes partidos
comunistas. También ha habido quien simplemente ha pretendido
oscurecer el brillo que en la historia de la Humanidad ha dejado
esa no sólo inolvidable sino, como dice nuestro Presidente de la
ADABIC, compañero Lluís Bielsa, irrepetible epopeya de
fraternidad y de heroísmo que fueron las Brigadas
Internacionales, epopeya que siempre será un bagaje de
credibilidad y de honradez para las fuerzas que en el mundo
defiendan el progreso, la paz y el humanismo.
El coronel Louis Blésy, antiguo comisario en la XIV
Brigada y actual Presidente de la Asociación de Voluntarios
en la España Republicana citaba el pasado día 14, en el ya
mencionado acto de inauguración del monumento de Corbera de
Terra Alta, obra de José Luis Terraza, unas cifras que
oscilaban entre los 37.000 y los 50.000 voluntarios, quizás con
los dos límites ligeramente altos. Pero el refinado de estas
cifras es un ejercicio interesante, aunque académico. La cuestión
es que las bajas que tuvieron los internacionales fueron de tal
envergadura que ello obligó a una progresiva «españolización»
de las Brigadas, las cuales en verano de 1937 ya contaban con
efectivos españoles en un porcentaje que oscilaba entre el 60 y
el 70 por ciento.
Esto responde a lo que las Brigadas Internacionales
pretendían ser, una parte integrante del Ejército de la República
Española, sin ninguna pretensión de singularidad, y por tanto,
en palabras del Presidente de la República, don Manuel Azaña
Díaz, la misma expresión del pueblo en armas. La españolización
se nota en las publicaciones, concretamente en el órgano El
Voluntario de la Libertad, que a partir de mediados del 37
comienza a insertar cada vez mayor número de artículos en
castellano, para llegar a ser un año más tarde, prácticamente
bilingüe. Para preparar esta conferencia he examinado
atentamente la colección de ejemplares en inglés del órgano de
las Brigadas Internacionales, The Volunteer for Liberty,
que permite valorar el segundo de los aspectos decisivos a la
hora de hablar de la organización y acción de las Brigadas, el
aspecto político.
A imitación del Ejército Rojo y retomando tradiciones
obreras que se remontan a la Comuna de París -aquel combate por
la historia en que apareció la estrella de tres puntas que había
de convertirse también en símbolo de las Brigadas
Internacionales-, los aspectos militares y políticos estaban
íntimamente ligados. Los comisarios tenían como primera misión
explicar porqué se luchaba, transmitir los valores que convertían
la causa de la República española, «en la causa de toda la
Humanidad avanzada y progresiva». El comandante y el comisario
debían estar siempre unidos y avanzando los primeros. El
comisario inspector general de las Brigadas Luigi Gallo,
titulaba uno de sus artículos «Nuestras Brigadas
Internacionales, parte integrante del ejército del pueblo español»,
y comparaba en sus numerosas colaboraciones a los brigadistas con
los soldados del año II, aquellos que, a los acordes de La
Marsellesa, extendían los ideales de Libertad, Igualdad y
Fraternidad que ahora la clase trabajadora retomaba con un
contenido renovado. En junio de 1937, a punto de incorporarse a
filas un nuevo reemplazo cuyos hombres serían enviados en breve
a todas las brigadas, el Comisariado General ordenó a todos los
comisarios políticos que comenzasen el trabajo preparatorio de
la recepción de los nuevos soldados, entre cuyos primeros pasos
debía figurar la explicación de las siguientes preguntas:
-
- ¿Porqué está luchando el Ejército Popular
gubernamental?
-
- ¿Porqué están contra el gobierno los generales y
los insurgentes rebeldes?
-
- ¿Porqué los campesinos están interesados en la
victoria del Frente Popular?
-
- ¿Porqué los trabajadores están defendiendo la República
contra el fascismo?
-
- ¿Porqué nuestra guerra es una guerra de
independencia nacional?
Al mismo tiempo a los soldados se les debía explicar porqué
eran necesarias una buena instrucción militar y una disciplina
de hierro. Disciplina que, tal como explicaba el mayor
norteamericano Alan Johnson, uno de los más valiosos
instructores militares de las Brigadas, no era sólo cumplir las
órdenes con la mayor exactitud y la menor pérdida de tiempo,
sino también el uso al mismo tiempo de la mayor flexibilidad,
buen juicio e iniciativa. Los comisarios eran instados a hacer
una lista con los reclutas analfabetos para organizar clases de
alfabetización.
En el binomio hombre-arma, con el que medir la correlación de
fuerzas en una guerra, pronto hubo una clara conciencia de que el
factor arma favorecía de manera determinante a los rebeldes, que
contaban con el apoyo masivo de fuerzas extranjeras de invasión
dotadas de los más modernos medios de guerra. Disponían de
soldados bien entrenados, de militares profesionales, de unidades
bien pertrechadas. No tenían ninguna consideración por la
población civil que hubo de afrontar por primera vez la terrible
arma psicológica de los ataques aéreos indiscriminados, como en
Málaga, Guernica, Durango, Granollers, Barcelona y tantos
lugares y veces. Los campos de batalla fueron convertidos en
laboratorios de las nuevas armas y tácticas que poco más tarde
la Wehrmacht utilizaría en la guerra que se avecinaba:
maniobras envolventes con carros, descensos en picado con los Heinkel
III para ametrallar o bombardear, la violación sistemática
de la señalización de ambulancias u hospitales, que eran
bombardeados de manera inmisericorde, el fusilamiento sobre el
terreno de cualquier comisario político capturado en combate,
instrucción nazi que después habría de seguirse con la misma
exactitud en la campaña de Ucrania, Bielorrusia y el Báltico.
Frente a todo ello la República tuvo que inventarse, como quien
dice, un ejército, prácticamente de la nada. Con una fuerza aérea
que al principio era llamada el Circo Krone, aunque terminó
siendo conocida como La Gloriosa. Con obreros, campesinos,
peluqueros, oficinistas, sirvientas, maestros de escuela,
camareros, mecánicos y banderilleros, que en los primeros
tiempos y hasta que se consolidó organizativamente el Ejército
Popular habían de permanecer esperando en la trinchera que se
produjese alguna baja para tomar su fusil.
Entre los voluntarios extranjeros no llegaban fuerzas
militares especializadas, sino un contingente de obreros,
estudiantes, marineros, empleados de almacenes, la mayor parte de
las veces sin ninguna preparación militar. Había que potenciar
pues el factor hombre, hacer conscientes a todos que el arma no
es invencible si no está al servicio de una causa justa, que los
soldados mejor entrenados nada pueden contra la inventiva, el tesón,
la valentía y el espíritu de equipo. «Los internacionales por
la libertad demuestran que el camino de la victoria pasa por la
Unidad Antifascista», escribía André Marty.
El par comandante-comisario simbolizaba la unidad entre ejército
y pueblo. Por ello las publicaciones de las Brigadas recogían el
esfuerzo de la retaguardia para abastecer el frente. En un
reportaje se visitaba una fundición de acero en Madrid y se
insistía en cómo las mujeres realizaban trabajos que
tradicionalmente eran masculinos. Las mujeres fabricaban balas,
tejían prendas de abrigo para los soldados, repartían leche en
polvo para los más de diez mil bebés de menos de un año que
había en Madrid en septiembre de 1937, y cuyas madres tenían
prioridad absoluta en el suministro de ese producto, así como de
azúcar y harina. Los niños españoles también eran una
preocupación para los internacionales, que habían organizado
varios hogares de acogida, como el de Novelda, en Alicante.
Con ello respondían al amor entrañable con que siempre les
obsequió el pueblo español. El norteamericano Harry Fisher,
enlace de transmisiones del batallón Lincoln,
quien recientemente visitó nuestro país, quiso pasar de nuevo
por Madrigueras, en Albacete, porque toda la vida ha llevado este
pequeño pueblo de La Mancha grabado en su corazón. Huérfano
desde su infancia, cuando se alistó a las Brigadas y fue enviado
a entrenar a Madrigueras, allí encontró por primera vez en su
vida una familia que le adoptó y le hizo sentir el calor de
pertenecer a algún sitio. Debido a la diferencia de lenguas
apenas podían entenderse, y cuando iba a cenar o a llevar la
ropa para la colada, tenía que hablar por gestos o haciendo
largas pausas para buscar palabras en el diccionario. Pero nunca
olvidará que los españoles no le dejaban pasar hambre, ni a él
ni a ninguno de sus jóvenes compañeros. Aunque se lo tuvieran
que quitar de sus bocas, en aquellas mesas campesinas nunca faltó
cena para los Internacionales. Verdaderamente era cierto que eran
unos hermanos los que habían llegado de allende las fronteras. Y
se producían hermanamientos entre diversos colectivos con las
unidades de brigadistas. El Instituto de Bachillerato Lagasca,
de Madrid, se hermanó con la XV Brigada.
Preocupación especial merecían los heridos, en la organización
de cuyos cuidados destacó Socorro Rojo Internacional así
como un plantel de médicos abnegados, entre los que merecen
especial mención los que venían de las Américas. Hablando de
las Brigadas Internacionales citar un nombre implica
dejarse muchos otros en el tintero. Sin embargo cada nombre que
se cita aquí debe entenderse que representanta a muchas docenas
de otros que supieron estar a su misma altura heroica. Empezaré,
pues, evocando el trabajo del cirujano de Nueva York, doctor Edward
Barsky, hombre profundamente amado por todos los españoles,
norteamericanos y los internacionales en general que le
conocieron. Procedente del Beth Israel Hospital de
Manhattan, fue el primero en presentarse voluntario, imitándole
muchas de sus enfermeras. Más de una vez fue sorprendido por un
bombardeo aéreo mientras operaba, bien en alguna unidad quirúrgica
móvil o bien en los hospitales de campaña, todos los cuales
estaban al mando del doctor Irving Busch. Unas palabras
del doctor Busch nos darán una idea de la capacidad
organizativa de la Sanidad de la XV Brigada:
La medicina militar de las Brigadas estuvo en la vanguardia de
la época, y aquí tuvieron lugar las primeras transfusiones de
sangre en primera línea. Fue concretamente en la carretera de
Almería, donde la aviación italiana sembró el terror entre los
refugiados que huían de la barbarie de venganza que sembraron
los italianos al entrar en Málaga. Las llevó a cabo el equipo
del médico canadiense Norman Bethune, quien después de
España habría de trasladarse a China donde murió ejerciendo
como médico con Ejército Popular de Liberación. Con los
internacionales estuvieron algunos jóvenes médicos de Barcelona,
como el doctor Moisés Broggi i Vallés, a quien le es
imposible estar hoy aquí con nosotros pero a quien queremos
corresponder al abrazo que envía a la Associació dAmics
de les Brigades Internacionals a Catalunya en el 62º
aniversario de la Despedida.
Porque finalmente llegó la despedida. Después de haber
cruzado el Ebro y haber puesto en práctica la máxima del capitán
Alan Johnson de que lo que la infantería conquista con la
bayoneta lo mantiene con el pico y la pala, después de haberse
fundido en Gandesa, en La Fatarella, en Corbera, en Pàndols, en
Cavalls con la consigna «fortificar es vencer», llegó la hora
de la despedida. Todos sabían que atrás iba a quedar una España
a la que le tocaba mucho por sufrir. Bilbao era ya una colonia
alemana. En Zaragoza los pasados traían noticias sobre la
represión indiscriminada. Ilya Ehrenburg describía la
carnicería de Málaga. Resistían en Extremadura los
guerrilleros, aquellos luchadores clandestinos contra el fascismo.
Quizás quedaba una esperanza. Por ella habían muerto tantos. No
sólo los más conocidos, los Hans Beimler, el general Lukacz,
Robert Merriman, Dave Doran, sino también los anónimos,
entre los que citaremos unos pocos comandantes y comisarios de
Batallón y Compañía, como John Cookson, Pierre Akkermann,
Charles Goodfellow, Cazala, Francisco Parra, Roll dEspinay,
Pierre Brachet, Ivan Ivanov Paunov «Grobenarov», Vukasin
Radunovic, Dorda Kovacevic, Gustav Kern, Libero Battistelli, René
Hamon, Dario Lentini, Renzo Giua, Al Kaufman, Melvin Ofsink, Tom
OFlaherty, Jack Shirai, David Ress, Nilo Makela, Joe Dallet,
Leo Gordon, Tadek Ajzen, Jan Tkaczow, Adam Lewinski, Jaro Tarr,
Dusan Petrovic, Gabriel Fort, Emile Schneiberg, Silvio Belloti,
Georg Elsner, Louis Schuster, Gustav Kern, Casimir, Lambo,
Gerhard Kruse, Rasquin, Laudigon, Boheim, Torralba, Marcel
Fromond, Oliver Law, Max Krauthamer, Butch Entin, Jack Corrigan,
Lou Cohen, Rudy Haber, Aarón Lopoff...
El comandante de la XV Brigada, teniente coronel José
Antonio Valledor, en la despedida militar, decía a sus
hombres a primeros de Octubre de 1938:
«Vuestros países pueden estar bien orgullosos de tener
hijos como vosotros. Hermanos que pusieron sus vidas en riesgo
miles de veces, que derramaron su sangre en el suelo de nuestra
querida patria a fin de ayudar a un pueblo que, no deseando ser
exterminado, lanzó a todos sus hijos a la batalla: un pueblo que
prefirió morir luchando a vivir en la esclavitud (...) Hermanos
Internacionales: Antes de partir para vuestros países aceptad
una vez más el abrazo cálido de vuestros camaradas españoles.
Marcharos satisfechos y orgullosos de los sacrificios que habéis
hecho por la Independencia de nuestra patria y por la Libertad y
la Democracia del mundo entero. Y podéis descansar con la
seguridad de que quienes quedan luchando por la justicia
universal en los frentes republicanos están listos para ir a
ayudar a vuestros pueblos si en cualquier momento fueran
amenazados por el despotismo o la servidumbre».
El 29 de octubre, mañana hará 62 años, tuvo lugar en
Barcelona la Despedida general de las Brigadas, ante las
principales autoridades civiles y militares de la República y
una muchedumbre enardecida, agradecida y consciente del
significado único de aquel acto. Algunos de los que están aquí
vivieron aquel acto en presente, y recuerdan las pancartas, los
ramos de flores, el entusiasmo con que los barceloneses
homenajeaban a aquellos héroes. Y recuerdan aquellas palabras de
Pasionaria, que la Historia ha querido que sean muy
repetidas y grabadas en piedra:
«Vosotros sois la historia, vosotros sois la leyenda.
Vosotros sois el heroico ejemplo de la solidaridad y
universalidad de la democracia. No os olvidaremos, y cuando el
olivo de la paz vuelva a brotar de nuevo sus hojas, mezcladas con
los laureles de la victoria de la República Española, ¡volved!».
Se marcharon con la tristeza de no haber podido resolver y sabían
que el pueblo español tendría que sufrir. El clamor de victoria
y guitarras con el que el teniente Miguel Hernández
esperaba ver nacer a su hijo, había de cambiarse por aquella
cuna del hambre de las nanas de la cebolla. Las esperanzadas
trincheras de Madrid, por una húmeda celda en Alicante. Las
plazas de toros de las fiestas y de los mítines, convertidas en
lugares donde pasar la noche en capilla. Cientos, miles de
fusilados, algunos muy significados como el President Màrtir Lluís
Companys, cuya muerte y resurrección cantó Pablo Neruda.
Pero en Europa el mismo fascismo que había reconquistado Teruel
a la República, «por obra exclusiva de la artillería y la
aviación italo-germana», usando palabras del doctor Negrín,
profanaba las aguas del Sena, y Praga la Bella, y rompía las
estalactitas griegas, y hollaba el suelo sagrado de la Unión
Soviética. España no había sido más que el principio, el
fascismo tenía preparado un terrible holocausto para judíos y
para gentiles.
Los republicanos españoles tuvieron ocasión de poner en práctica
las palabras de Valledor y ayudar a los franceses en su
liberación. Y los internacionales convertían sus biografías en
una renovación permanente de su compromiso de luchar por la
libertad y la democracia, tal como dice el himno de los Thälmann:
«Mi tierra dejé, a España juré,
que ella siempre será/ ¡libre!»,
Supieron llevar siempre esos tres colores de España en el
corazón, a pesar de que su compromiso no iba a ser en muchos
casos más que una fuente de dificultades. En Estados Unidos eran
proscritos, perseguidos, perdían sus trabajos, eran acusados de
espionaje. Haber ayudado a España se convertía en un cargo
agravante y era esgrimido como prueba contra los esposos Rosenberg,
contra Robert Oppenheimer, contra Steve Nelson,
contra Alvah Bessie, contra Paul Robeson. El doctor
Barsky fue encarcelado en la prisión federal de Danbury,
Connecticut, por negarse a facilitar al Comité de Actividades
Antinorteamericanas de Nixon y MacCarthy los
nombres de las personas que habían ayudado económicamente a las
familias de los presos políticos en las cárceles de Franco.
Termino ya. Pasaron los años y llegó el tiempo de la memoria.
Fueron aquellas visitas de 1978, 1986, de 1988, el tímido
reconocimiento de la nacionalidad española de los
internacionales que aún permanecían vivos en 1995, la visita de
1996, la del 1998. Pero ya es hora que llegue el tiempo no sólo
de la memoria, sino también de la gloria, de que las Brigadas
Internacionales, sus miembros, su gesta, sus hijos y los
hijos de sus hijos vean reconocida la gloria que les es adeudada.
Permitidme, al haber parafraseado versos de Miguel Hernández
y de Pablo Neruda, que acabe con unos cuantos de los que
él escribió en su libro «España en el corazón»
entresacados de su poema «Llegada a Madrid de la Brigada
Internacional»:
Hermanos que desde ahora
vuestra pureza y vuestra fuerza, vuestra historia solemne
sea conocida del niño y del varón, de la mujer y del
viejo,